No dejaba de darle vueltas a esa vocecita que me va repitiendo que tengo que estar delgada, que como demasiado, que cómo se me ocurre merendar unas galletas o pasarme con el desayuno. Pero lo peor es cuando llega el atracón, entonces sí que me domina completamente. Y me siento inútil, pequeña, sin fuerzas, como si no pudiera hacer nada contra mí misma, porque lucho contra eso, contra mí misma, pero en realidad no soy yo. Y es eso lo que más miedo me da. Me cuesta mucho expresar mi miedo a curarme, parece una tontería de niña mimada, y quizás lo sea pero me hace sufrir hasta un extremo que no es normal. Pero por otro lado sé que quiero curarme, porque esto es un infierno por el que no quiero seguir pasando día a día, para siempre. Ese miedo es mayor. Lo que no entiendo entonces es: si sé que debo curarme, si sé que debo coger peso, que la normalidad es buena, ¿por qué tengo miedo entonces?
Puede que la enfermedad ha sido mi coraza, mi forma de aislarme de todos los otros problemas: en casa, en el colegio... Y el curarme significa enfrentarme a ellos, es decir, madurar, crecer. Y ese es un miedo razonable, pero que no tiene nada que ver con la comida. Entonces, creo que la clave está en trasladar ese miedo a la comida al miedo a crecer, enfrentarme a él y dejar el tema de curarse a eso, algo que debo hacer y a lo que no debo temer, porque es algo bueno. Parece fácil dicho así, pero sé que será un proceso largo y que me costará horrores.
Sólo espero poder volver a levantarme, poder volver a andar hacia donde estaba y dejar de sentir todo lo que estoy sintiendo. Porque la verdad es que volvía a sentirme bien y yo misma he destruido esa estabilidad. Así que a seguir luchando para dejar esta autodestrucción. Mucho ánimo a toda esa gente que ha recaído y tiene que volver a levantarse, y a todas la personas que siguen luchando día a día.